Los peregrinos medievales que fallecían a su llegada a Santiago recibían sepultura con esta enseña para ser reconocidos en el otro mundo como devotos del Apóstol, según la tradición. Las exequias tenían lugar en un templo desaparecido.
Corrieron tiempos en los que enterrarse con una concha de vieira suponía un pase directo al cielo. Eran muchos los peregrinos que en la Edad Media llegaban enfermos o malheridos a Compostela, después de largas travesías, que a veces sumaban años, desde otros puntos de Europa o lejanos territorios cristianos. De hecho, no eran pocos los que fallecían en medio de la peregrinación o a su llegada a la ciudad del Apóstol, donde se construyó un cementerio para albergar a aquellos fieles extranjeros que acudían a la ciudad a venerar los restos mortales del discípulo de Cristo.
Ante la imposibilidad de repatriarlos a sus lugares de origen, puesto que en muchos casos ni se conocían, desde el siglo XIII los peregrinos recibían cristiana sepultura en la ciudad. Concretamente, en un cementerio que se habilitó para aquellos forasteros piadosos que acudían a Santiago para encomendarse al santo patrón de las Españas o bien como penitencia por algún mal que habían cometido. El lugar elegido para este camposanto fue un solar ubicado cerca de la desaparecida iglesia de la Trinidad, fuera de los muros de la ciudad pero, al mismo tiempo, cerca de la tumba del Zebedeo. La localización actual de este espacio es en los jardines colindantes con la actual iglesia parroquial de San Fructuoso.
En la iglesia de la Trinidad se celebraban las exequias por aquellos peregrinos medievales, un breve acto litúrgico al que sucedía el entierro. Cabe destacar que los peregrinos se soterraban entonces con el símbolo que por excelencia representa a los caminantes: la concha de vieira. Era un distintivo que se les incluía en la tumba para que a su llegada al cielo fuesen reconocidos como devotos del Apóstol Santiago, distinguido como amigo del Señor. La iglesia de la Trinidad estaba situada en la esquina entre las calles Huertas y Carretas y se levantó hacia 1754. En la actualidad, lo que un día fue un camposanto, se ha convertido un pequeño jardín laberíntico, en el que ningún letrero o cartel hace referencia al hecho de que ese lugar fue el cementerio de peregrinos. Nunca se han realizado excavaciones arqueológicas, pero se sabe de su existencia por la documentación, por los antiguos planos de Compostela y por los relatos de peregrinos históricos que lo visitaron.
El Códice Calixtino, en el siglo XIII, lo menciona por primera vez. Se dice que aquí, extramuros de la ciudad, estaba la Puerta del Santo Peregrino, que se llamaba así porque era el lugar por el que se trasladaban a los peregrinos fallecidos hasta el cementerio. Manuel F. Rodríguez, investigador del Camino de Santiago, habla de este cementerio en uno de sus libros, Santiago de Compostela para los peregrinos. “Bajo la superficie hoy ajardinada reposaron los restos de peregrinos de toda Europa fallecidos en la ciudad.
Nació a principios del siglo XIII con la creación del hospital de Santiago, al que se asoció”. Fue un camposanto exclusivo para los caminantes durante mucho tiempo, aunque posteriormente también recibieron sepultura allí los pobres. La decadencia de las peregrinaciones, tan acusada en el siglo XIX, supuso la clausura de este cementerio hacia el año 1830, mientras que la iglesia de los Peregrinos se derribó a comienzos del siglo XX.
Este recinto, junto a la iglesia de San Fructuoso, fue clausurado a principios del siglo XIX, después de haber acogido “a fallecidos de todo el orbe cristiano durante más de setecientos años”. Además, según explica Rodríguez, “Ángel Blanco de Salzedo, canónigo de la Catedral y administrador del hospital real, mandó enterrarse allí en el año 1710”.
Era habitual que a lo largo del Camino hubiera cementerios de peregrinos ya que “la muerte formaba parte de esta aventura épica y espiritual a través de Europa”. Pero el camposanto compostelano era el más especial dado que, por su ubicación, “permitía reposar eternamente a los pies del anhelado Apóstol”. Allí eran sepultados “con una concha de vieira. Así serían identificados en el cielo como amigos de Santiago e intercedería por ellos”. En su libro, Rodríguez lamenta que “hoy tristemente nada recuerda la fuerte simbología de este lugar”. De hecho, hubo una iniciativa del Xacobeo para señalizar este insigne cementerio, pero finalmente cayó en el olvido, y a día de hoy sigue sin ningún cartel informativo.
Fuente elcorreogallego